En este blog se publica cada mes un listado de las observaciones más interesantes del mes anterior. Si echamos un vistazo somero a uno de estos listados, algo llama poderosamente la atención: un porcentaje altísimo de estas observaciones se efectúa en embalses. El pasado mes de octubre el porcentaje era particularmente alto: alrededor de un 80% del total. En cambio, como ecologistas, nos oponemos casi sistemáticamente a cualquier nuevo proyecto de presa. ¿Por qué esta paradoja? Si los embalses son tan malos ¿por qué pasamos tanto tiempo pajareando en ellos? Es ésta una paradoja que nos incumbe afrontar e intentar explicar.
La respuesta es a la vez muy fácil y muy difícil: fácil en lo básico y difícil en los matices. Básicamente los embalses pueden ser muy interesantes como sitios de invernada y de paso, y paupérrimos como lugares de cría. La lámina de agua de un embalse es muy llamativa desde el aire y atrae a muchos migrantes como sitio de descanso, sobre todo a aves acuáticas como patos, gansos, limícolas, etc. Durante las noches invernales los embalses también pueden servir como dormideros importantes, sobre todo para una de nuestras invernantes más emblemáticas, la grulla, y nos acercamos embelesados a embalses como Rosarito y El Borbollón para ver las entradas espectaculares de miles de estas espléndidas aves. Como sitio de cría, sin embargo, los embalses ofrecen poco. Las orillas son muy cambiantes y es muy difícil que se establezca allí vegetación palustre (espadañas, carrizos), condición sine qua non para que críen aquí las especies de los humedales más o menos naturales. Hay excepciones, por supuesto. El embalse de Arrocampo, por su función tan particular de servir como agua de enfriamiento a la central nuclear de Almaráz, tiene que mantener sus niveles de agua bastante constantes. Por eso ha podido establecerse, no carrizales de Phragmites, pero sí un extenso eneal donde crían entre otros el calamón y la garza imperial, escasos en otras partes de la región. En el embalse de Rosarito, situado entre Ávila y Toledo y muy cerca de Cáceres, ya hay una colonia grande y estable de cormoranes grandes. A veces intenta criar allí, con poco éxito, el charrancito. En general, sin embargo, como sitios para criar los embalses aportan poco pero quitan mucho. La cantidad de territorios de aves autóctonas que se pueden perder en un acto tan repentino y agresivo como el de inundar el valle de un río es incalculable e irreversible.
De allí la dicotomía: los embalses pueden ser buenos como sitios de invernada (de día y de noche) y de descanso en paso pero ¿a qué coste para las aves que antaño criaban en la zona? Los enormes bandos de patos descansando en las aguas del embalse de Sierra Brava son asombrosos, es verdad. Pero ni siquiera come allí la mayoría, sino en los arrozales y regadíos circundantes. Las grullas que duermen en nuestros embalses seguramente llevaban siglos durmiendo en la zona antes, solamente que hoy se congregan en un sitio que, bien gestionado, les ofrece más seguridad. Incluso puede resultar perjudicial si un sitio designado ZEPA como Rosarito no se protege como es debido, dejando a los pescadores acercarse con el coche a la orilla misma y a cuads y motos hacer estragos por los arenales durante las épocas de aguas bajas, precisamente cuando las grullas están llegando cansadas de su odisea otoñal y necesitan sosiego. La limícola rara de turno que aparece en las orillas enfangadas de nuestros embalses, por muy interesante que sea (y todos queremos verla, como novedad que quizás no se repita en la vida) es anecdótica. Seguramente podría haber descansado en miles de otros sitios y no hubiera pasado nada. ¿Pero cuantas avutardas y sisones hemos perdido para siempre?
Tampoco va a ser todo de aves. El represado de los ríos tiene efectos nefastos para los peces y por eso la ictiofauna de Extremadura deja muchísimo que desear, siendo sin duda el grupo de vertebrados más amenazados en la región. Nuestras nutrias también sufrirán lo suyo por los cambios en los regímenes de las aguas. La mayor garcera conocida en Extremadura quedó para siempre bajo las aguas del embalse de Sierra Brava, famoso y paradójico lugar de peregrinaje ornitológico.
Máximo es el daño de un embalse cuando se pretende hacer en un sitio de alto valor para un ave en peligro de extinción como el proyecto de Monteagudo en el río Tiétar (Ávila), que anegaría territorios de cría de águila imperial. Si se hiciera, y dios quiera que no, es de suponer que en 10 ó 20 años, como mortales falibles que somos, siempre buscando lo novedoso, acudiríamos allí para ver la última rareza de turno durante el paso primaveral u otoñal. Pero también estoy seguro de que todos, puestos a elegir, cambiaríamos gustosamente este avistamiento tan apetitoso pero puntual por el águila imperial o incluso el busardo y los cientos de currucas que criaban allí antes y que tendrán que buscar otro sitio, si lo encuentran, dentro de un abanico siempre más pequeño de posibilidades.
Dave Langlois. Villanueva de la Vera
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